Lo que escribo




Algunas cosas que he ido escribiendo, poemas, opiniones, ensayos.






Vivir al fin.
Recostado contra el tronco sólido y confortable de mis recuerdos, sumido en el abismo oscuro de mis sienes, silencioso y profundo, ensimismado, así quiero estar largas horas, infinitas , eternas.
Quiero el reposo niño con el cálido arrullo de internas veredas, pastizales que doblega el viento, zumbido de chicharras que reciben mis pasos en senderos angostos y polvorientos que me llevan al mar de una paz siempre viva, sin pasado, sin mañana, siempre presente.
Quiero vivir al fin, después de tanto errar desorientado, quiero vivir al fin haciendo realidad lo que la mente ingenia, lo que el alma sueña, lo que añora:  la paz, la risa, el amor,  el canto a pecho abierto, a toda vela, con el viento en la cara, de pie sobre cubierta salpicado de olas, de pétalos, de  vida.
Quiero vivir al fin y no sentir las horas ni el miedo ni el dolor, vivir y nada más, sin dioses, sin cadenas, sin amarras, sin redes, sin rejas, sin jaurías, sin voces estridentes, sin negros nubarrones, sin dagas en la espalda, sin males, sin rencores.

JBPG. 2011.


Regazo.
En ti reposa el alma, el beso, la paz, en ti reposa todo…
Entre tus manos, sueños,  la ventana de tus ojos  enturbiados de lágrimas que solo tú haces dulces, ahí  reposa todo;  el sentimiento, el amor, la fuerza y la pasión que lo mueve todo.
Todo puede tu mano, tu voz, tu carne, tu aliento, hasta la vida brota de tus entrañas.  En ti reposa el viento, la tormenta, la luz,  reposo también yo y todos mis ancestros, nuestros huesos,  la marea de mi sangre que es la tuya, que no existe sin ti.

JBPG. 2010







Arrullo

Canta para acordarme de lo que estoy pensando entre largos silencios, entre brumas y anhelos y sueños de niño.
Canta para acordarme lo que tu canción era, lo que cantan las horas cuando están en tu lecho, para no oír el ruido de la vida que grita y bajar del espacio donde me tienes preso.
Entona una canción para arrullarme al niño y darles a mis horas ese color tan grande que tiene la mañana cuando canta contigo y te compone el tiempo con notas tan de vida, con tan cálido aliento.
Háblame lentamente para grabar mi oído con tu imagen, entrelazando el mundo conmigo junto a ti.
Cántame que ya no tengo música en las manos y solo al escucharte se me despierta el tiempo y me vuelve la vida.

Juan Bautista Pérez, 1987.


Soledades

Despliégate a las olas, el mar, el silbido del viento, gemir de caracolas.
Ensancha las palabras, canta el verso, téjete la esperanza, espérame donde el tiempo dé a luz una guitarra.
Salta con el alma extendida a remontar el canto de mis horas tristes, envuélveme las manos con el agua clara del mirar de tus ojos, tu pálida ternura en el canto del viento.
Eres certeza, errante evocación del murmullo que me despierta el sueño en los ojos y el alma, sal en la arena, sangre en la vida, lluvia de los besos, el devenir del tiempo en la sonrisa de un niño.
Somos el andar de las musas que nos bailan en la madrugada endulzando el sereno, semejanza en el clamor del espejo, tormenta en lo lejano, cansancio de agonía vertido entre las grietas de colores profundos que marchitan el hastío de nuestra soledad.
Soledades somos, sin palabras ni anhelos, un sorbo de quien fuimos, tímidos garabatos a los ojos del cielo, apenas insinuados en el lienzo del tiempo.
Espérame al momento de moldear esperanzas, sin desear ser más pura que las cosas más vivas, solo espérame tal como siempre fuiste, tal como estés vestida, desnuda, sola, con ansias o sonrisas, como sea que estuvieras, espera y llegaremos como todo se llega.

Juan Bautista Pérez, 1987.


Marea blanca

Se vierte en ti la luz y estás aquí cuando despierta el viento, rompe el canto del día con el silencio y sigue estando aquí tu estrella.
Oigo al río que murmura una canción mientras cae desde el monte y al cantar dice también tu nombre.
Me llena el pensamiento cada palabra tuya y sé que no está bien pensarte siempre y vuelvo siempre a las páginas donde estoy contigo en mi silencio, con una luz tan tenue que apenas me sostiene y apenas no me duermo si te pienso porque me arrulla el eco de tu nombre.

Juan Bautista Pérez, 1987.





A compás de niño

A compás de niño, carreras y risas, prisa por llegar adonde moja el mar, las olas, a sentirnos la sal, el susurro de espuma sorbiéndose en la arena, así corría a tu lado, rozando tu mano, suspiraba, trotaba, reía…mil veces, en sueños y despierto, en tu cama y la mía.

En la noche dos niños, lado a lado de la mano en suspiros, a tientas cama arriba, tu litera, la mía, las de la infancia bella, apenas esbozada en la memoria nueva de nuestra madurez, apenas te recuerdo y el suspiro está intacto.

No sé ni donde están los sentimientos, esa memoria se me entrelaza ahora con el mal que encontré, con la enorme ceguera, el flaco conformismo, el seguir la corriente, el tomar lo que venga, el perder lo soñado por tomar lo ofrecido, lo suscitado, lo obtenido más fácil, a la vera, al destino…

Que me perdone el cielo por olvidar tu nombre, por no estar paso a paso en tu duro camino, por despreciar siempre las muecas del destino, por no meterte el hombro, por soltarte, por dejarte caer y seguir un camino que no me trajo risas, ni mares, ni celajes, ni sal entre los dedos, ni paisajes marinos, ni cantos ni plumajes, ni ensenadas.

Que me perdonés vos, es lo que mas quisiera, por no seguir el hilo, por cerrar nuestro libro y dejártelo a medias, por ojear insensato los apuntes ajenos, por husmear otras puertas, otros patios, mil mesas y mil caras añejas…

Ojalá haya perdón si te mirás conmigo cuando soñés despierta, perdón por bajarme del árbol de nuestra niñez fresca y dejarte allá arriba sin ponerte una zanca p’ayudarte a bajar y te dejé a vos sola saltar y que cayeras en un charco de penas, desconcierto de ausencia, de parajes tan pobres, casi mudos, de idioma indiferente y de palabra nueva, verbos desconocidos embriagados de rabia y de venganza y dolor de lo perdido, lo trunco, lo vanamente herido, muerto, marchito.

Iba a escribir de vos, de tu candor, de mi memoria, de lo dulce de nuestra nostalgia y me enredé en mis culpas, mis olvidos, mi pobreza y los mil tropiezos de mi torpe camino.
Iba a escribir de vos por que te pensé anoche, iba a soñar con vos por que ayer te escribí, iba a leer de nuevo mientras te recordaba y terminé llorando por no verte otra vez, iba a crecer con vos y no quiso la vida, íbamos a andar juntos y quedaste perdida y olvidaste mis pasos, y me olvidé de vos por casi media vida y ahora que te recuerdo ya no sé si eras algo o solo te soñé, te pensé, te inventé, ya no sé si estas viva.

JB.

EL LAVATORIO (cuento)

Ya habían sonado hacía rato las 12 campanadas del reloj colgado en el muro al  final del pasillo y Claudio daba vuelta para un lado, vuelta para el otro sin poder dormir por el miedo, el frío, el hueco del hambre en la boca del estómago y las ganas de llorar cada vez que se acordaba de los golpes del guardia y de la indiferencia de su mamá.
La luna llena dejaba ver clarito los catres, 16 en total, a lo largo de la habitación de madera, oscura, hueca, helada y mohosa como una cueva.
 Claudio levantaba la cabeza de vez en cuando para ver si había algún otro interno despierto, no para buscar compañía en su desvelo, sino por el miedo de pensar que más de uno de esos pequeños delincuentes podría aprovechar para atacarlo si lo creían dormido.
Nueve días, nueve eternos y acongojantes días habían pasado desde que al pobre carajillo lo habían tirado en aquel destierro, como a un trapo viejo, como a un muñeco roto e inservible, como  a una bacenilla descarapelada que ya nadie quiere ni para sembrar violetas…
Su mama, una vieja descuidada, ignorante,  boca sucia y viciosa había encontrado muy fácil internarlo allí, alegando que el niño tenía la mala costumbre de robarse cuanto estuviera a su alcance y hasta levantarles  (y dejarles caer ¡)  la mano a su madre y a su abuela, todo esto, cabe aclarar, no era cierto, Claudio era un chiquillo como cualquier otro: travieso, fogoso, inquieto y hasta perezoso para el estudio pero no era malo y nunca robó nada, a excepción, quizás, de unos bollos de pan de su propia casa y eso solo por pura necesidad, el pobre pasó hambre desde que tuvo la mala suerte de nacer entre  aquella manada de fieras hijas de la pobreza, esclavas del guaro y la ignorancia que lo habían medio criado entre insultos y bofetadas al calor de las pobrezas  que les dejó el terremoto.
Aquella noche el frío llegaba sigiloso bajo las harapientas sábanas y le mordía los pies, los muslos, la espalda y la nuca a Claudio que se acurrucaba como una paloma cuando se dispone a pasar la noche en la cornisa de una capilla en ruinas.
Era tal el desconsuelo y la prepotencia de la soledad que Cuyo (así le llamaba su abuela paterna, única persona de quien recibía algún cariño) hubiera soltado el llanto a grito pelado si no fuera por el miedo a despertar a sus acosadores y sufrir entonces, además de los usuales abusos y maltratos, la crueldad de las burlas y el ensañamiento.
“Que hijuepuña más re salao ¡, tras que mi mama no me quiere y mi Tata ni quiso conocerme, todavía me zampan en este hueco p’a que me jodan y encima me toca pasar hambres y frío”….
Aquella reflexión sonaba a blasfemia pero la verdad es que no se puede culpar a un niño de 10 años por  pensar así ante semejante  racimo de desventuras y miserias…
Pasaban las horas entre la penumbra, el viento silbando entre las hendijas de las viejas paredes y el rechinar de los catres a cada vuelta de uno de los internos.

En eso, sonó la campanada de las doce y media y no había terminado de zumbar en los oídos de Cuyo cuando un golpe fuerte y  luego un grito “quieto ahí malparido ¡” acabaron con las pocas esperanzas de conciliar el sueño…
Uno a uno en un momento todos los mocosos se fueron levantando de un brinco y corrieron despavoridos hacia el pasillo, después escaleras abajo, inmediatamente sonaron uno tras otro 5 disparos terribles, para Cuyo eran como martillazos en la tapa de un ataúd, una cosa escalofriante y nunca antes vivida… tanto fue el terror que el chiquillo,  en vez de correr abajo como los demás, no atinó a otra cosa que esconderse, donde fuera, donde no lo encontraran los guardias, sus compañeros ni los curas que mandaban aquella casi “prisión”… en fin, nadie, nadie debía encontrarlo, al menos eso era lo que en aquel momento le dictaba su instinto de supervivencia.
En medio de aquel bullicio el pobre mocosillo se metió al baño al fondo de la barraca, un recinto todavía más helado que el resto del área, formado por 8 “piletas” para ducharse, cuatro a cada lado, al fondo dos puertillas, cada una albergando un excusado, a cuál más de hediondo y atestado de cucarachas  y allí lo más resguardado que encontró en la carrera fue la parte baja de un lavatorio, una especie de cajón de cemento, ahí se refugió, se acuclilló y recogió los brazos como reconfortándose solito, como dándose ese abrazo que tantas veces había deseado que le diera su mama y que unas cuantas veces le medio ofreció su abuela…
Ahí esperó mientras seguía escuchándose el alboroto de voces, de blasfemias, de llantos, de ladridos, de carrerones escaleras arriba y abajo y arriba y portazos y golpes, en fin, un escándalo pavoroso e intimidante, desde su refugio siguió escuchando y poco a poco recobró la calma, entonces volvió el frío, peor que el de su cama,  de cuclillas y  descalzo sobre el suelo húmedo y en medio del cemento de aquel escondite, arropado por su propio abrazo se fue quedando dormido lentamente, despacito, como quien no quiere resbalar hasta el sueño, hasta el silencio…
Al otro día en su casa, Juan descarga fotos en su computadora: Qué bien quedó la de Ana con el perro Canelo, mirá las del volcán que bueno, lástima tan nublado que estaba y  las del Sanatorio, ni se cuantas tomé, como 20 o más creo…
Mirá Carlos,  ese lente nuevo es lo mejor, fijáte los detalles del follaje y los ladrillos, además está muy bien todo el contraste, y ponéle cuidao a las de arriba, los salones, ve las escaleras que bien como se desvanece aquí la luz, mirá, esta va mejor en blanco y negro.
Claro Juan, vale que no fue en vano el viaje, con esos aguaceros que nos llevamos encima me habría caído malísimo que las fotos quedaran mal, y este carajillo quién es?, adonde tomaste esta, no es del sanatorio?...
A ver, ay no, cómo?, de donde salió ese chiquito?... No Carlos, esa es en los baños de arriba, me pareció que ese rincón era como muy misterioso, pensaba hacer una foto en sepia y meterle mucho contraste pero  ahí no había nadie mae, estoy seguro, cómo crees que no te habría contado?...
Bueno Juan, tenemos una imagen inexplicable, un “fantasma”  aunque al menos yo no creo en esas cosas, bueno, no creía mae, ahora no sé que decir…
Bueno Carlos,  yo ahí no vuelvo y no le contés a nadie de la foto, de todos modos nadie nos va a creer, van a decir que la montamos, que el “fotochop” y ya sabés, con todo lo que se puede hacer ahora…
En el patio trasero del Sanatorio hay una, entre tantas lápidas, que está caída, quebrada y en la que se lee más o menos  así: “Claudio Mena González, N 1908- M 1919”.
Aquella  madrugada, refugiado bajo el lavatorio, arrullado por el frío y la debilidad del hambre, Cuyo se quedo dormido, nunca despertó.

JB, 2009.


Miedo de vivir donde vivimos.

Quiero vagar entre la noche oscura, sin que nada me asuste ni amenace, quiero sentir la brisa entre mis dedos sin esperar de pronto el fuego del acero…

Quiero como en la infancia hallar tranquilo el sueño, sin esperar al mal tras de mi puerta acechando en la noche mientras duermo.

Quiero estar en mi sala, sentarme en mi silla, comer mi pan, leer mi libro santo, mundano o frívolo frente a mi puerta abierta, sin temer que la muerte se abalance sobre mi casa en forma de chacal, de sicario, de vándalo asesino.

Como en un sueño quiero volver al tiempo cuando vivía tranquilo, libre, confiado y distraído, cuando podía en la calle hablar con el vecino, alimentar al pobre, al amigo, al desconocido, al blanco, al extranjero, al negro, al rojo, al chino, al moro y al judío…en fin, a los humanos de cualquier pluma o casta sin temblar de miedo a dar la espalda y morir masacrado por descuido…

Quiero volver al tiempo en que no me dé miedo vivir como vivimos…


Juan Bautista Pérez





Simona

A mi abuela, 1885-1986

Vivía despacio, en pausas todo el tiempo.
Supo que el tiempo indoblegable le dio a ella más tiempo por no llevarla lejos y privarla de cosas, de vidas, de risas, de su vino, su sol y su tabaco.
Supo que supo poco y poco le bastaba para aquella sonrisa, tanta, tan enorme, tan viva como nunca soñó cuando fue joven , como nunca esperó porque supo tener, lo que tuvo, aunque poco con tanta gratitud.
Lo que no supo nunca fue cuán grande era el universo de lo que sabía, que tener más es vano, efímero, trivial y hasta el atardecer la mira con envidia si la encuentra dormida.
Recuerdos, ilusiones, sueños que repitió hasta sentirlos vivos pero sueños al fin de la gran soledad que dejaron sus muertos.
Saboreó aquella paz de no temer a la vida en nada porque supo vivir y esperar el momento en que aguarda la muerte con impaciencia y no deseaba ya partir ni quedarse tampoco, solo quería estar sola y pensar y reir y amar la vida.
Así esperó las cosas mientras pudo vivirlas y no morirá nunca porque está tan tranquila que no se dará cuenta cuando cierre los ojos para no despertar.
No le inquieta la muerte, ella es humo en el aire, sonrisas de las manos pequeñas de sus niños, besos de sus amores hace ya largo tiempo, besos que no se fueron porque quedan grabados cuando los forja el alma, recuerdos de sus cosas perdidos en su tiempo, uno solo el presente es un constante “ahora”, memorias a la espalda repleta de minutos, de tardes, de auroras, terremotos, de duendes y tormentas.
Vieja no, menos niña que ayer, más convencida de que la vida es como la marea, como el sueño, más serena que inquieta y más viva que muerta.
No le temió a la muerte, le ganó la partida y se fue cuando quiso, cuando le dio la gana sin prisa solo dijo:  “hoy me quiero morir” y la rueda frenó…

Juan Bautista Pérez, 1988.


 

 



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Agradezco todas las opiniones, espero que todos tengan algo que decir, aunque no sea algo positivo pero sí algo "constructivo".